La muñeca rabiosa

La última obra de teatro de Mariana Mazover, Etiopía, da una vuelta de tuerca a lo que en las artes venía siendo un tema recurrente, una modulación epocal y generacional al trato sobre la última dictadura cívico militar, o más precisamente a sus marcas y herencias. Con este tópico, la dramaturga y directora escenifica las voces de dos muñecas en su trama siniestra, ya no desde la narración de su experiencia vívida durante el Proceso, sino sobre sus efectos colaterales, su pulsión absolutista que todo abarca, la estela que abrió su paso fatal.

Por Federico Cano

Dos muñecas, preocupadas por la ausencia prolongada de Herminia, la niña que las posee y a la que aman y admiran, se paran sobre un mapa que la pequeña lleva a la escuela para las clases de geografía. La buscan allí, porque en un cassette que encuentran, sus padres hablan de mar, de las orillas, y coinciden en que debe estar en un punto cerca de lo celeste: el agua. Ningún lugar les suena; excepto uno, donde intentarán infructuosamente meterse, Etiopía. Pero Germinal, una de las muñecas, duda: “Pará, ¿no era Utopía?”. Puede ser, pero también puede ser que estén equivocadas, que hayan escuchado mal y sea efectivamente Etiopía.

Gentileza: Mariana Mazover

Gentileza: Mariana Mazover

Etiopía es el nombre de la última obra teatral de Mariana Mazover, que la encuentra en la dramaturgia y dirección. Pero es sólo por un error de las muñecas; quizás hubiese podido llevar el nombre que le correspondía, Utopía. La obra de Mazover, estrenada el último domingo 26 de julio en el teatro La Carpintería, a cuadras del Abasto, pone en marcha el diálogo de dos muñecas, Brumaria (Carolina Setton) y Germinal (Gabriela Julis), frente a la significativa desaparición de su dueña y sus padres, Alicia y Federico, de los que solamente escucharemos sus voces fantasmagóricas, pero cuya presencia mediante la invocación es decisiva.
Etiopía da una vuelta de tuerca a lo que en las artes venía siendo un tema recurrente, una modulación epocal y generacional al trato sobre la última dictadura cívico militar, o más precisamente a sus marcas y herencias. En este contexto emergen nuevas voces de su trama siniestra, ya no la de la narración de su experiencia vívida, sino sobre sus efectos colaterales, su pulsión absolutista que todo abarca, la estela que abrió su paso fatal.
En un artículo reciente (revista Review., mayo/junio 2015), el escritor Carlos Gamerro ensayaba sobre su productividad en

Gentileza: Mariana Mazover

Gentileza: Mariana Mazover

obras narrativas contemporáneos. Los casos de los libros 76 (2008) y Los topos (2008) de Félix Bruzzone, Diario de una princesita montonera -110% verdad- (2012) de Mariana Eva Pérez o Una muchacha muy bella (2013) de Julián López, son los que utiliza en su análisis. Pudiéramos sumar los libros recientes de Laura Alcoba o Aparecida de Marta Dillon. Un antecedente podría ser Kamchatka (2003) de Marcelo Figueras. Escribe Garmerro: “Llego la literatura de los que no tienen recuerdo personal alguno, que saben porque escucharon las historias familiares, o leyeron o investigaron, o imaginaron lo sucedido o porque fueron víctimas directas de la dictadura, pero víctimas sin recuerdos directos de lo que vivieron”.
La obra de Mazover, a modo de un Toy Story setentista, puede leerse como un nudo más de esta red donde la dictadura se cuenta tangencialmente, menos desde la mirada valiente de un militante que enfrenta la bestia dictatorial (sea con su vida, sea con el exilio) que desde un niño que se oculta tras las sábanas para no oír el horror que afuera se desata. Pero da un paso más allá: absorbe la experiencia del Proceso desde la objetividad plena de las cosas marcadas por el paso inevitable del tiempo y sobre el tiempo de la historia. Como señala Gamerro, en Etiopía el sistema de la memoria actúa con más con intermediaciones que con el material directo.
Escribe Marta Dillon en Aparecida:

(…) Buscar es una palabra peliaguda cuando se trata de desaparecidos, porque a decir verdad no está claro que los busquemos a ellos, a ella en mi caso (a su madre, Marta Taborda). Lo que se busca es un material residual, el sedimento de su vida antes y después de convertirse en esa entelequia que no es, que no está, que no existe.

Allí donde las personas desaparecen dejan rastros. En la historia argentina, plagada de ausencias y muertes políticas, los rastros se conservan en sus sedimentos, en las cosas que sobreviven simplemente porque no mueren. Desde el pañuelo blanco de una abuela, hasta el remache en la fachada oscura de un centro clandestino de detención en nuestro barrio; desde las zapatillas chamuscadas y rollingas de los pibes de Cromagnon, hasta el cuarto desordenado que aún conserva la mamá de Mariano Ferreyra, la presencia de las cosas es la escritura indeleble de la ausencia de los que ya no están, de los que, como la niña Herminia y sus padres Federico y Alicia, se fueron y aún no vuelven.
Etiopía opera con el corrimiento y desbarate sistemático de la estrecha relación entre significante y significado, es decir, entre las palabras y las cosas a las que éstas se refieren. “Etiopía” para las muñecas que actúan automáticamente, en un repetir que no se carga con el espesor de la reflexión, es “utopía”; hacer la revolución, un juego; las jerarquías partidarias de los setenta, el celo ansioso de las niñas; el espionaje y la buchonada, formas del amor; una escopeta, un paraguas. Y así. Esas grabaciones que se tatuaron en el sistema inconsciente de dos muñecas, y que ya no podrán ser borradas, obligan al espectador, como quien toma distancia para ganar perspectiva, a alejarse y observar el revés de la trama de las líneas discursivas del período, plagado de rincones oscuros y secretos, de palabras elusivas o en código, de epítetos como susurrados al oído, un lenguaje tapado, sólo apto para determinadas situaciones y que si se expone socialmente debe enmascararse con el sinsabor de la indiferencia. Un idioma del compromiso asumido en el fraguar de la resistencia.

Gentileza: Mariana Mazover

Gentileza: Mariana Mazover

El humor, el absurdo, el juego, el chasrcarrillo, el fallido con el dialecto revolucionario fuertemente marcado temporalmente, se superponen a la tragedia que el público conoce, pero que no se dice, sino que se muestra como en un espejo deformante o que muestra aquello que a veces se olvida. Haciendo foco más en la escena que en el protagonista.
Las actuaciones de Carolino Setton y Gabriela Julis son acertadas, prolijas y sistemáticas a la hora de mantenerse en los márgenes inflexibles de las muñecas, con codos y rodillas que se mueven apenas y voces que no registran modulaciones ni matices. En sus interpretaciones, el artificio se expone hasta asimilarse a la naturaleza de los hechos que lo rodean, y Mazover, desde la dirección y la dramaturgia, propone un juego de simetrías cruzadas, tanto en lo escénico como en lo discursivo, entre aquello que se muestra y lo que se oculta, entre lo que pertenece al ámbito de la imaginación y la realidad. Etiopía propone al espectador revisar una vez más la experiencia de la dictadura, pero esta vez para dar gesto y voz a esos objetos que son testigos marcados por la erosión del tiempo.

Etiopía está en La Carpintería (Jean Jaures 858)
Tel.: 4961-5092
Web: http://www.lacarpinteriateatro.com.ar
Entrada $120/$110 Domingos 17.45 hs.

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